Chef
Vicerector del Instituto Superior YAVIRAC
pablo cruz


La apuesta por la conciencia alimentaria.
Un llamado urgente a la prevención y el empoderamiento nutricional de la gente.
​Lección práctica de nutrición: Al manipular ingredientes crudos, los niños aprenden sobre la procedencia de los alimentos, sus propiedades biológicas y el equilibrio necesario para una dieta balanceada. Comprenden de manera tangible la diferencia entre alimentos procesados y naturales, lo que les permite tomar decisiones más saludables de forma intuitiva. Este equilibrio se maneja desde cuatro perspectivas: cómo comes, qué comes, cuánto comes y cuánto te mueves.
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Herramienta de economía doméstica: La cocina enseña a planificar menús, a comprar ingredientes de manera consciente y a gestionar presupuestos, fomentando también la importantísima reducción del desperdicio de alimentos. Además, promueve el consumo de productos de temporada, que suelen ser más asequibles, frescos y nutritivos.
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Acto de cultura y conexión social: A través de las recetas, los niños se conectan con sus raíces, las tradiciones familiares y la historia de otras comunidades. Es una forma de preservar y transmitir el patrimonio cultural inmaterial, mientras se fortalece el vínculo familiar, se promueve la autonomía personal y se estimula la creatividad.
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En resumen, enseñar a cocinar es invertir en un futuro más saludable, más consciente y culturalmente más rico para la próxima generación.
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La batalla por la salud y la conciencia alimentaria requiere una acción coordinada que vaya más allá del ámbito individual y educativo. Las comunidades pueden desempeñar un papel crucial en la difusión de información práctica sobre hábitos alimentarios saludables. La creación de grupos de apoyo, huertos comunitarios y talleres colaborativos puede fomentar un ambiente de aprendizaje colectivo y accesible, donde los participantes comparten recetas, experiencias y consejos prácticos sobre la elección y preparación de alimentos nutritivos. Este enfoque comunitario transforma la lucha contra las ENT en un esfuerzo social de apoyo mutuo.
Además, es absolutamente esencial que las políticas públicas apoyen estas iniciativas desde la base. Al unir y alinear los esfuerzos entre la educación formal, la familia, el sector comunitario y la acción gubernamental, podemos construir una sociedad más informada, más consciente y fundamentalmente más saludable.
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Es hora de dejar de ser consumidores pasivos y convertirnos en ciudadanos activos de nuestra propia salud.



La relación entre el ser humano y la comida ha evolucionado dramáticamente, y hoy nos enfrentamos a una crisis de salud pública impulsada, en gran medida, por la industria de alimentos procesados. Este sector opera con un conocimiento profundo de la biología humana, explotando nuestra predisposición a la adicción a la sal, el dulce y el intenso sabor de las grasas. Las empresas no formulan sus productos al azar, lo hacen estratégicamente para alcanzar el llamado “bliss point” o punto ideal de palatabilidad.
Esta es una combinación de ingredientes diseñada científicamente para maximizar el placer instantáneo para fomentar el consumo repetitivo. Este diseño intencional crea un ciclo vicioso y perjudicial para la salud del consumidor. Al priorizar el beneficio económico y la recurrencia de compra sobre el bienestar. De esta forma la industria contribuye de manera directa y masiva al aumento de las enfermedades crónicas no transmisibles perpetuando un modelo que beneficia a las corporaciones a expensas de la salud pública.
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En el mundo actual, la batalla contra esta epidemia silenciosa ha llevado a la implementación de sistemas de advertencia. Al adquirir alimentos procesados, es común encontrar el famoso semáforo nutricional, este es un sistema de alerta que informa visualmente sobre la presencia excesiva de azúcar, sal y grasas en los productos alimenticios procesados. Estos tres componentes, si se consumen en exceso y de forma regular, son detonantes de enfermedades no transmisibles (ENT), como la resistencia a la insulina, la diabetes tipo 2, hígado graso, hipertensión, entre otras.
Los primeros signos de estas afecciones sistémicas suelen manifestarse a través del sobrepeso y en casos más graves llevan a la obesidad. Las cifras son inequívocas y alarmantes en muchos países. En Ecuador los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC 2019) revelan una realidad preocupante, el 35 % de los niños entre 5 y 11 años presenta sobrepeso y al menos un 60 % de esta población infantil corre el riesgo de desarrollar obesidad. Este escenario en la infancia es grave ya que la obesidad temprana es una señal de enfermedades crónicas en la edad adulta complicando la calidad de vida y la expectativa de vida.
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Aunque un 67 % de la población general comprende el propósito del semáforo de advertencia el aumento constante de estas cifras a nivel nacional genera serias dudas sobre la efectividad real de la información disponible según cifras de INEC. La simple advertencia no es suficiente si el consumidor no tiene la información para tomar decisiones alternativas y comprender el verdadero impacto biológico de lo que está consumiendo. Falta aún el complemento de una alfabetización en temas nutricionales.
La máxima de que “el conocimiento es poder” adquiere una relevancia crítica en el ámbito alimentario. No obstante, el sistema educativo actual no proporciona una enseñanza profunda y sistemática sobre la nutrición. En las escuelas, el tema de la alimentación se aborda, en el mejor de los casos, de manera superficial, dejando a los estudiantes sin las herramientas necesarias para interpretar y actuar adecuadamente ante la información que reciben. Es fundamental que desde la educación primaria se instruya a los niños y jóvenes sobre la lectura y comprensión de las etiquetas nutricionales. Esto es especialmente crucial si se tiene en cuenta que la industria alimentaria, en su búsqueda de maximizar la aceptabilidad y la vida útil de sus productos, utiliza con frecuencia nombres engañosos y términos científicos complejos para ocultar ingredientes potencialmente nocivos o de baja calidad nutricional. Así mismo se tendría que informar sobre los objetivos financieros que buscan las empresas a costa de la salud de las personas.
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Un ejemplo elocuente de esta oscuridad industrial es la margarina, un producto que a menudo se confunde o se presenta como un sustituto directo de la mantequilla. Al examinar la etiqueta, encontramos que la margarina es en esencia una grasa vegetal hidrogenada. Pero, ¿qué implica realmente este término para la salud? La hidrogenación es un proceso químico en el que se inyecta hidrógeno en la grasa vegetal, saturando los enlaces de carbono y transformando un aceite que naturalmente sería líquido en una sustancia sólida, como la margarina o la manteca vegetal.
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Esta grasa saturada, que no es reconocida ni metabolizada de la misma manera que las grasas saludables y naturales, es poco asimilable y no proporciona energía biológica útil al organismo. Su consumo habitual está asociado con la inflamación y el riesgo cardiovascular.
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Estas grasas vegetales hidrogenadas no se limitan a la margarina; están presentes en una amplia gama de productos ultra procesados que forman parte de la dieta diaria de millones de personas incluyendo helados, golosinas, panes industriales, bollería, snacks y muchos embutidos. Por ello es crucial que los consumidores se informen, duden y lean cuidadosamente las etiquetas de los productos que adquieren. Si se encuentran ingredientes que no se comprenden o cuya lista parece excesivamente larga y compleja la opción más saludable y segura es optar por no consumir esos productos. Esta simple acción de rechazo informado es un acto de empoderamiento del consumidor.
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Las enfermedades no transmisibles son, a menudo, silenciosas en sus primeras etapas, pero son, en gran medida, prevenibles. La clave para la prevención radica en el empoderamiento a través del conocimiento. Es hora de que la sociedad asuma la responsabilidad de tomar decisiones informadas y activas sobre la alimentación, no solo por su propia salud y calidad de vida, sino también por el bienestar de las futuras generaciones. Al final del día, la verdadera riqueza de un individuo y una nación está en su salud, y en la capacidad de entender íntimamente lo que consumimos.
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Una de las estrategias más efectivas y transformadoras para combatir la creciente problemática de las enfermedades no transmisibles es la fortificación de la educación nutricional a través de la práctica. Las escuelas deben ir más allá de un enfoque superficial y deben implementar programas que incluyan talleres prácticos sobre la preparación de alimentos saludables, así como la lectura y la crítica de las etiquetas nutricionales. Pero la educación no puede limitarse al aula; es fundamental involucrar a los padres en este proceso. Ofrecer charlas, recursos y talleres familiares que les permitan apoyar a sus hijos en la elección y preparación de alimentos nutritivos es un paso gigantesco hacia la formación de hábitos saludables duraderos. La promoción de la educación nutricional desde la infancia establece una base sólida para el bienestar a largo plazo.
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Este enfoque práctico está plenamente respaldado por la investigación científica. La Fundación Alícia, un centro catalán de investigación gastronómica enfocado en el valor social de la cocina, ha revelado en sus estudios que involucrar a los niños en la cocina desde temprana edad tiene un impacto significativo y positivo en su salud adulta. Los hallazgos son claros, los niños que adquieren habilidades culinarias tienden a convertirse en adultos más sanos. Esto se debe a que aprender a cocinar no es simplemente seguir una receta; es una educación integral que abarca diversos aspectos fundamentales de la vida:
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