Editorial

En un mundo que avanza a ritmo vertiginoso, la gastronomía ecuatoriana es un puente con nuestras raíces, un hilo invisible que une generaciones. Cultivar nuestros sabores en el día a día no es solo cocinar, es preservar identidad, memoria y cultura.

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En cada plato tradicional hay historias: el hornado que recuerda reuniones familiares en la sierra, el encebollado que reconforta en la costa o la guatita que se comparte en celebraciones. Prepararlos en casa es transmitir a las nuevas generaciones no solo recetas, sino valores como la paciencia, la creatividad y el respeto por los productos de nuestra tierra.

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Ecuador es un país privilegiado por su diversidad de ingredientes. Desde los granos andinos hasta los mariscos frescos del Pacífico, nuestra cocina es un reflejo de la riqueza natural que debemos proteger. Apostar por los productos locales no solo fortalece la economía de pequeños productores, sino que también garantiza frescura y sabor auténtico en nuestras mesas.

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Frente a la globalización gastronómica, mantener viva nuestra cocina es un acto de resistencia y amor propio. No se trata de rechazar nuevas influencias, sino de asegurar que, entre la pizza y la hamburguesa, también haya lugar para un buen locro o un seco de chivo.

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En la cocina diaria se juega el futuro de nuestra identidad. Cultivar la gastronomía ecuatoriana es, en esencia, cultivar el alma del país.
 

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René Jijón Palomeque
DIRECTOR